La lectura elegida para el mes de enero en nuestro Club Literario “Fue una mujer” fue Solitud de Caterina Albert, publicada como Víctor Catalá en 1905 es una novela introspectiva ambientada en el majestuoso paisaje del Pirineo Catalán, protagonizada por Mila, una mujer que es arrastrada a ese lugar por su marido que ha vendido todo para trabajar cuidando la ermita de lugar, es en estos solitarios parajes en los que Mila se encontrara a sí misma.
En cuanto a Caterina Albert i Paradís, era una orgullosa catalana y una exponente del modernismo, siendo recordada hasta el día de hoy por la comunidad catalana. Escribía en el idioma y ambientada sus obras en el lugar. Su primer acercamiento al prejuicio público fue al presentar su monólogo La infanticida a la celebración de los juegos florales en 1989, que aunque fue premiado, causó gran polémica por su cruda temática, pues cuenta la historia de una joven madre que en un ataque de desesperación asesina a su bebé. La gente no sólo quedó horrorizada por la trama sino que también porque este relato fue escrito por una mujer. A partir de ese incidente es que Caterina Albert i Paradís decidió firmar toda su bajo el seudónimo Víctor Catalá (Víctor el catalán, traducido).
La Solitud de la heroína
Cristina Knuckey, una de nuestras participantes de este club de lectura, indica que la lectura de Caterina Albert nos pide paciencia. El comienzo de Solitud no suceden cosas demasiado impresionantes, ya que es un relato que se toma su tiempo para llegar al punto. El personaje principal, Mila, aparenta ser una mujer ideal de la época que obedece a su marido y cumple «sus deberes como esposa». Sin embargo, Knuckey señala que «la obra cambia cuando somos testigos de su metamorfosis paulatina que deja en evidencia su insatisfacción y frustración, su vergüenza y rechazo hacia la vida de su esposo y luego hacia su propia vida».
«Este viaje de autodescubrimiento es gatillado por otros personajes, que para bien o para mal, llevan a Mila a conectarse con aspectos ocultos de sí misma y muchas veces contradictorios con la vida que ha llevado», agrega Cristina Knuckey. Pues «los pequeños placeres que descubre cobran un precio muy alto y la vida ya no puede volver a ser la misma. Mila termina por entender que no hay otro camino que la soledad para enfrentar la hostilidad del mundo. Solitud nos habla de la autodeterminación de la vida de la forma más descarnada posible, como una prueba de resiliencia ante el dolor, tal como ha sido y es actualmente la experiencia de ser mujer en la sociedad.»
Un autodescubrimiento en San Poncio
«Esta novela se desarrolla en algún lugar recóndito con pocas personas, pero caracterizadas por su ferviente creencia en San Poncio, a pesar de ello, es una trama llena de intrigas, sospechas y violencia hacia las mujeres y animales», indica C. Torres Jeldres, otra integrante del club de lectura. «Si bien, el libro varias veces suele tornarse tedioso al leer, puedo rescatar, por un lado, la forma de escribir de la autora. Al posar nuestros ojos por aquellas palabras nos volvemos capaces de adentrarnos en el viaje que recorre Mila por medio de la entrega exhaustiva y detallada de los paisajes montañosos, verdes y rocosos. Se rescata la visión por parte de la protagonista, quien, en algunas ocasiones realza la belleza de su alrededor o la desalienta en su búsqueda. En este punto se vuelve interesante hacer hincapié en la forma en la que congenian los parajes con el estado anímico de nuestra interlocutora.»
Agrega que el viaje importante es el autodescubrimiento de Mila. Caterina Albert «nos presenta una especie de mistificación de la mujer. Se ve una clara disonancia en los pensamientos de Mila, quien se nos muestra al principio como una mujer casada, simple y poco agraciada, pero que, con el tiempo, se va “componiendo”, convirtiéndose en objeto de deseo para los hombres, menos para su marido. Creando una nube de confusión entre el deseo de ser admirada como las bellas flores y el hecho de mantenerse como mujer devota, casada», señala C. Torres Jeldres y agrega que «a pesar de ser Mila una mujer nostálgica, llena de pensamientos arrolladores frente a la soledad de no contar con su marido y de haber perdido a quien la había protegido al llegar a su nuevo hogar. Mila, al final, se da cuenta que jamás estuvo sola, que sólo bastaba con ella misma, algo que nos demuestra fervientemente con un final que vale completamente leer.»
Una representante del modernismo Catalán
A estas mismas palabras se suma C. Malva, quien destaca que esta obra logran ser una gran representante de la corriente del Modernismo catalán. «Con un desarrollo exquisito de cada imagen, y un lenguaje cargado de florituras y riquezas, nos cuenta la historia de una joven mujer, Mila, que abandona su tierra natal para adentrarse con su reciente marido a los recónditos parajes que ofrecen los pirineos catalanes de principio de siglo XX. La llegada de Mila a la ermita de San Poncio, su lugar de destino, marca el inicio de otro viaje, uno de tinte completamente distinto, mucho menos terrenal.»
Solitud, para C. Malva es una obra que manifiesta, en simple apariencia, eventos que transcurren en un ritmo aletargado y pasivo. «La tranquila vida en la montaña, sin más compañía que el sabio pastor, el joven Baudilillo y el abúlico esposo Matías, podrían dar esta impresión; sin embargo, Caterina Albert se encarga de otorgarle una profundidad conmovedora al acto contemplativo, y de llenar cada momento rutinario de una energía poderosa», señala. Luego añade que «cada pequeño intercambio, cada historia enunciada o momento silencioso representa una enseñanza, una nueva experiencia que, lejana al barullo de la ciudad y a los vicios del desarrollo moderno, se vuelve completamente trascendente, apenas rozando incluso el misticismo.»
«Sin embargo, esta trascendencia no anula su específico contexto, y acompañar a Mila en su aprendizaje es también observar el camino de una mujer, que comienza en un lugar de inercia e impasibilidad, acrítica del mundo que la rodea y las reglas que lo rigen, para luego abrirse camino hacia un estado de presencia, de deseo,, de consciencia, de auto valencia, y de comprensión de la complejidad de este mismo mundo que ofrece belleza pero también horrores en cada uno de rincones, incluso en las más solitarias alturas de la montaña.»